miércoles, 26 de julio de 2017

Persuasión y culpa

El peso de la culpa




Tengo que revisar –paso por paso-  todo lo que hice.  De solo pensarlo me duele la cabeza. Esta vez fui demasiado lejos. Convencí a mi vecina de poder   apropiarnos sin ningún peligro  de la caja donde guarda  sus ahorros el viejo del 4º C. La tremenda culpa me atormenta.
Soy responsable de haber actuado  perversamente. Confieso -argumento a mi favor-  que lo tomé como prueba de amor. Fue tan completo mi triunfo en obtener su adhesión a lo que le propuse, que ella,  -después de vencer su negativa inicial-, terminó colaborando en el proyecto.
Un viernes vendría a mi departamento y saldríamos conversando y riendo  ruidosamente. Al irnos llevaríamos bolsas y mochilas que denotarían la intención de un viaje de fin de semana acampando.  Esa era la forma de despistar a los moradores de los otros departamentos.
Elegimos el vecino más molesto y nada amigable: le irritaba si escuchaba música, el ruido del ascensor en movimiento y no podía soportar el llanto de niños, incluidos los bebés.  Bastó saber que era usurero para no dudar más. Luego volveríamos a entrar sigilosamente a la madrugada y nos instalaríamos en su departamento.
Cruzando los balcones, entraríamos al de él. Ella colaboró en tener preparado el informe meteorológico extendido para saber cuándo agobiaría el calor y así tener certeza de la ventana abierta. Viví días inolvidables,   su colaboración demostraba lo mucho que me amaba.

            Insatisfecho como todo amante la convencí  de que fuera ella la que guiara el recorrido por los balcones. Aceptó.  El día indicado,  a la hora acordada empezó a saltar de balcón en balcón después de darme un beso fugaz. Fue tocar el del usurero para que todo se viniera abajo incluida mi amada.  ¡Ahora  me pregunto qué hacer con la culpa!

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