lunes, 28 de octubre de 2013

Experiencia intransferible



      La puerta estaba entreabierta , la empujé y entré. Como todos los días, la mezcla de olor a remedios y detergentes me provocó un mareo que sólo duró el tiempo necesario para habituarme. La ventana tenía las cortinas bajas para que el paciente descansara: silencio y poca luz. Apenas di unos pasos, José abrió los ojos y me miró. Al hacerlo creí notar cierto alivio en su rostro. Me acerqué sonriendo y le besé la mejilla.
– ¿De dónde venís? – preguntó.
–De la oficina. Se me hizo tarde y no pude traerte el remedio. Además, me parece que no tendrías que tomar algo si no te lo recetaron.
–No me jodas, Negrita. Dejame administrar mi propia muerte.
Me suena tan extraño eso que decís. Pero, bueno,  no traje el remedio. Cuando salí del trabajo estaba todo cerrado. Pero no te preocupes, ahora cuando abran las farmacias voy a buscarlo.
–Está bien –se quedó pensando y luego continuó – Hoy vino la vieja. Estuvo hablando con Carlitos. Me contó que él le había dicho que yo tenía una enfermedad grave.
      Pensé en su madre. ¡Pobre Lola! Que el psicólogo del hospital y amigo de su hijo le hablara de la gravedad en que estaba, debe haber sido fuerte. Me pregunto por qué lo habrá hecho. Como psicólogo, -supuse- Carlitos habrá querido prepararla. Lola se resistía, es más, se negaba a preguntar. Era su único hijo y -según me había contado en una tarde lejana de confesiones-, ella lo había concebido después de varios años de casamiento.
– ¿Vos qué le dijiste que tenías? ¿No le habrás dicho la verdad?
– ¡No! Solo le dije que no tenía una gripe fuerte –respondió con tono irónico. Yo admiraba su tendencia a la ironía. Me parecía que era muestra de un intelecto superior.
– ¡Menos mal! ¡Pobre mujer, no creo que pueda resistir! Pero de algo estoy segura: si no lo sabe, lo intuye.
–En este momento, Negrita, con la única persona que puedo hablar es con vos.
–Sí, lo sé. A mí también me jode lo que te pasa. Si a vos te hace bien que yo venga…
– ¡Claro que me hace bien! Hoy vinieron unos parientes que no conocés y me preguntaron si podían rezar por mí.
– ¿Y?
–Les dije que si querían hacerlo, que lo hicieran. Yo no tenía problemas.
      Mientras hablaba, noté que su piel estaba más amarillenta. La frente,  nariz y las mejillas hundidas le daban un aspecto cadavérico.Tenía menos pelo, su barba encanecía por sectores, sus ojos perdían brillo…
–No me puedo quedar mucho; hoy me toca dar clases en la Facultad.
– ¿A qué hora volvés?
–En cuanto me desocupe. Mañana es feriado, si querés vengo con un libro y leemos. ¿Te gustaría? Si no querés, no hay ningún problema.
–Como vos quieras negrita. Me jode no poder escribir. Justo ahora que me estaba yendo bien con lo que escribía… ¿Le pediste a la vieja lo que te dije? Decile que te dé los papeles que tengo en la valija. Me gustaría que leyeras los cuentos que me publicaron.
– ¡Sí!... ¡Sí! Los voy a leer. No te preocupes, apenas pueda hablar con ella, le pido que me los dé.
–Te van a gustar, estoy seguro.
      ¡Cómo decirle que su madre estaba tan mal  justamente a él que tenía los días contados! Miré por la ventana del dormitorio. Era un primer piso y el sol iluminaba la vereda de enfrente. En septiembre los días son neutros: ni calor ni frío. Son como esperas entre horas muertas. Horas en las que no se sabe qué decir. Trataba de encontrar un argumento que justificara mi retirada por ese día. Tenía la certeza de que podía leer o adivinar mi pensamiento si imaginaba que mañana no estaría vivo.
– Bueno, me voy. ¡Hasta mañana! –le di un beso en la mejilla y me fui sin darme vuelta.
      A la madrugada del día siguiente pasaron Lola y su amiga Elsa por mi casa. Vinieron a traerme la dirección de la funeraria donde lo velarían. Como una autómata me oí decir:
–Vayan ustedes que termino de vestirme y estoy allá.

jueves, 17 de octubre de 2013

Los frasquitos de doña Amparo


De Martha Alicia Lombardelli

 Llegué al pueblo después de un viaje en tren de dos horas. Necesitaba consultar a la vidente del lugar. Mis amigos, movidos por el afecto que sentían hacia mí,    insistieron en que la única que podría ayudarme era doña Amparo. La doña tenía ganada una larga fama aconsejando a las jóvenes para conseguir novio, preparando gualichos especiales para no perderlos; curando empachos, ladillas y extirpando lombrices solitarias en los bebés.
Apenas había empezado a noviar con Martín –mi tercer novio- y hasta ahora nadie me había visto con él. Lo mantuve casi en secreto. No quería que sucediera lo mismo que con los anteriores. Por eso es que estaba preocupada y decidí que la tercera es la vencida: iría otra vez a consultar a Doña Amparo.
Estaba cansada de escuchar:
– ¿Y, no encontraste novio?  ¿Es raro, lo que te pasa?  ¡Mirá que haber tenido dos y los dos se te murieron, eh!
Yo me quedaba callada, con la intención de no alimentar la conversación sobre el tema. Pero ella seguía:
– ¡Che! a vos ¿no te llama la atención?  Sí, ya sé, me contaste que el primero falleció y no pudieron saber por qué. Pero, ¿qué pasó con el segundo, el que era de Playa del sol?  -insistía mi amiga.
– ¡Qué sé yo!  Un día se fue diciendo hasta mañana y no volvió más. Con
decirte que no lo he visto por ningún lado -dije con los ojos llenos de lágrimas.
–En fin, no hay mal que por bien no venga -agregó como queriéndome consolar- me enteré que los dos anduvieron con las locas del callejón al mismo tiempo que eran tus novios.

Después agregó:  
            –Tendrías que ver a Doña Amparo, ella seguro que te da la solución. Vas a ver que la próxima vez encontrás a tu príncipe azul.
Me despedí de mi amiga y pensé que no estaba mal su consejo. Sería la tercera vez que iría a visitar a la doña.  Hace cuatro años fui a pedirle un gualicho para conseguir marido. Me lo dio y me dijo que cuando encontrara novio se lo fuera dando de a poco en el mate.  Eso sí, no tenía que decirle nada a nadie y tenía que dárselo al hombre cada día que viniera a visitarme. Regresé a mi casa con el frasquito en la cartera. A la noche, ya sola en mi pieza lo desenvolví y lo miré como si pudiera encontrar el secreto de su magia, mientras fruncía la nariz por el olor que emanaba. Era un olor suave pero parecido al del zanjón que había al borde de mi vereda. Dos veces hice lo que ella me dijo: con el primero, alcancé a darle sus gotitas durante una semana.  Luego, con el segundo novio ni alcancé a darle el contenido de un frasquito.
Me sacudí el polvo que el viento había hecho entrar por la ventanilla, me alisé el pelo y enfilé para lo de Doña Amparo. Tenía tantas esperanzas en lo que ella pudiera hacer para conseguirme un novio. Estaba decidida a contarle mis temores: yo comprendía que cuando Juan se enfermó, ella no pudo hacer nada por él.  También quería que supiera que cuando el Héctor desapareció, hubiera querido llamarlo por teléfono pero sabía que ya no estaba en el pueblo y ¿dónde llamarlo si no sabía dónde estaba? Por último, contarle que estaba un paso de quedarme otra vez sin novio y no quería que eso me pasara. Ella tenía que ayudarme, tenía que darme un gualicho más fuerte. Para que nunca me olvidara y me quisiera más que a nadie en el mundo.
Dos cuadras antes de llegar a su casa me llegaron los rumores de su enfermedad.  Llamé a su puerta y me atendió una señora que no conocía.
– ¡Ah, usted busca a la doña!  Pobrecita, se la llevaron para internarla. Creo que alguien la denunció por andar haciendo favores a la gente. ¡Tan buena que era ella, tan servicial! Siempre tenía algún frasquito para lo que se necesitaba. Pero parece, que el diablo metió la cola y la denunciaron porque dijeron que estaba un poco mal de la cabeza. Yo creo que estaba ciega y muy vieja.
– ¿Cómo que la denunciaron? - pregunté.
            –Algunos comedidos dijeron que dos o tres veces la vieron -a las doce de la noche y en total oscuridad- de rodillas, metiendo o sacando algo del zanjón de su casa.  De ahí es que pensaron que estaba un poco ida.
La mujer siguió contándome que la policía y los enfermeros le revisaron toda la casa y se llevaron como quince o veinte frasquitos, todos iguales, con el nombre de su contenido prolijamente escrito y pegado para su identificación.  Añadió que oyó comentarios de que las personas que compraron   esos frasquitos se enfermaron. Y bajando la voz, me dijo que hasta hubo algún muerto. Ella no quería hacer bulla contando eso, pero le parecía que la doña, ya estaba muy viejita y se podía equivocar.
Al oír eso, perdí mis esperanzas. Ya nadie me podría ayudar. Me prometí a mí misma rezar una oración para la doña. Para que ahora Dios la ayudara a ella. Pues no me quedaban dudas cuando la vecina dijo que la policía arrasó con todos los frasquitos y oyó que uno de ellos decía:  
-¡Acá vamos a encontrar la prueba de lo que esta mujer hacía!




Punto y aparte


De Martha Alicia Lombardelli

Esa mañana de junio, decidí que me iría a caminar por las calles de la ciudad. No estaba conforme con mi situación. Lo que me había impulsado a viajar desde mi país era algo menos que una quimera.  Se podría decir que había hecho el viaje para cerrar una etapa. Volvería nuevamente a la Argentina y allá, esperaría los cambios tal como se fueran dando.  Mi pasado se convertiría en pasado propiamente dicho. No más apostar a que se volviera a dar lo que se daba. ¡Se acabó, se acabó para siempre!

Me visto sin entusiasmo; la puta sensación de ajenidad es peor que la angustia existencial heideggereana. Estar donde no estás y no estar ya nunca más donde esperabas volver a estar. ¿Sería eso la muerte del amor? ¡Cómo me jode nombrar algo que nunca se sabe qué es!  Oscuro y confuso como son los sentimientos, no creo que haya alguno más ambiguo que aquél que se conoce como amor.  Apego, atracción sexual, miedo a la soledad, mezcla de todo sin que se lo pueda definir con claridad. Nadie se fija si entro o si salgo de la casa. Situación contradictoria: no me gusta que me controlen, pero a la vez, rozo la indiferencia a mi alrededor.

Me siento viva cuando no soy yo. Cuando recorro el escenario polvoriento como un miembro más del coro y repito las palabras de las troyanas destinadas a ser secuestradas por los griegos; con la certeza de ser  violadas, secuestradas,  raptadas;    lamento la pérdida de mi patria, destruida por los griegos invasores,   me convenzo que estoy en alguna de mis anteriores encarnaciones. Y ruego a los dioses que ayuden a nuestros guerreros, y que se lleven nuestras almas para que no las humillen; que si nuestros padres, maridos o hermanos, van a ser humillados o esclavizados, sean muertos y llevados por las walkirias  al Hades.

Cuando baja el telón, mis ojos están rojos del polvillo que se ha levantado y arden como si hubiera estado llorando casi las dos horas que dura la puesta en escena. No sé si lloro porque mi futuro es aciago o porque ya no me siento una troyana y vuelvo a ser una exiliada más de un país tomado por sus propios militares. Ya no tengo dioses a quien pedir ayuda, ni héroes a quien llorar.  La persona por quien llegué a este país ya no es nadie; no tiene identidad, ni lugar donde estar. Creo que sabe, que la enfermedad lo alcanzó.

Con todo mi egoísmo quiero desaparecer para no ser arrastrada por su inminente final. ¿Será que todavía no ha llegado mi hora?  Me iré cuando ya no tenga más deseos de recorrer las calles; cuando la obra baje de cartel y yo necesite reconstruirme en otro lugar. Necesito sentir el olor de mi tierra, caminar bajo la lluvia fuerte que añoro, padecer el frio extremo de los inviernos de mi patria o perder la mirada en el cielo azul que acá no existe.


lunes, 4 de marzo de 2013

Bajo un cielo estrellado



01/03/2013

Autora: MARTHA ALICIA LOMBARDELLI


Había perdido la  noción del tiempo y,  en la oscuridad,  tampoco podía saber dónde estaba. ¡Completamente perdido!  Caminaba apoyando cada pie con mucho cuidado mientras con una mano aferraba el freno del caballo. Cruzar ese arroyo de noche era algo que podía ser muy peligroso. Los bordes del puente preparado para cruzar, estaban tapados por el agua;  un paso por fuera de esos límites,  arrastraría tras de sí al caballo y el carro hacia la parte más honda. Todo lo que llevaba se perdería en el agua; víveres, ropa, herramientas… tal vez su propia vida.
Mientras avanzaba lentamente, le vino a la memoria lo que le habían contado acerca de ese lugar. Hacía muchos años, un bandido quiso huir desesperadamente de la policía y se internó en ese arroyo para pasar a la otra orilla. En su fuga no tuvo en cuenta – o simplemente desconocía ese dato-  el segmento de puente tapado por el agua  y eso lo llevó a su perdición. Cayó en la parte más honda golpeándose en la cabeza.  Pasaron varios meses  antes de que alguien volviera a pasar por el lugar. El caudal del arroyo era pluvial y como consecuencia de la prolongada sequía en la región, se había reducido a un zanjón angosto. Así pudieron encontrar los restos del bandido,  comidos por las aves carroñeras y las hienas del lugar. Desde entonces cuentan que el alma de ese bandido pena por la zona.
 Todo eso se agitaba en su pensamiento y algo así como el miedo estaba haciéndose presente en su cuerpo. Él,  que nunca le había temido a nada ni nadie, esta vez no las tenía todas consigo. La sensación que lo recorría  era insoportable físicamente: la respiración se hacía cada vez más entrecortada. Ese cuerpo acostumbrado a no reclamarle ni el frío ni el calor, que solo se hacía notar cuando estaba cansado, parecía dejar de ser él mismo y convertirse en un obstáculo.  Le dolía el pecho,  le parecía que su corazón estaba a punto de estallar.  Los músculos de su cara no le obedecían y los dientes producían un horrible chillido al chocar involuntariamente.
Recordaba su infancia y los gritos destemplados de sus padres discutiendo  e insultándose mutuamente. Era algo que se repetía todos los días y fue para escapar de ese infierno que un día se largó con su carro y su caballo, cuando solo tenía catorce años. ¡Por cuántos lugares había andado!  Los años y sus pasos lo  habían  llevado a sitios  que ya ni recordaba…  Pero conoció tantas cosas –gentes de todo tipo: amables y hostiles, sitios que jamás había imaginado que existían-;  nunca se arrepintió de haber emprendido ese camino. Paraba donde le sonreían; trabajaba si necesitaba dinero para albergue o comida; seguía viaje cuando olía el rechazo como lo hacen los perros callejeros.
No conocía el rencor y eso le permitía ser feliz.  Había tenido una mujer que lo acompañó durante algunos años y disfrutó de esa relación. La chica -tan anónima como él-, era otra fugitiva, así que se sintió bien con la vida  nómade que llevaban juntos. Pero también ella, -como otros amigos en distintos momentos-,  un día desapareció de su vida. El mundo es para andarlo y no para arraigarse. La tierra es para  recorrerla y no para echar raíces como las plantas.

Algo distraído con los recuerdos, siguió caminando despacio sin apoyar sus pies antes de tantear cuidadosamente el suelo bajo el agua. Se sorprendió al ver que una figura humana estaba parada en la orilla, como esperándolo. La oscuridad no le dejaba ver nada; el miedo se le metió nuevamente en el cuerpo. El corazón lo aturdía con latidazos,  sacudiéndole el  pecho como si fueran las campanas de un campanario  Quería azuzar el caballo pero las mandíbulas endurecidas no le obedecían; su voz había desaparecido taponada por las tenazas del pánico. Imposible volver atrás, había que seguir  aunque le costara mover los pies;  se sentía maneado como los animales al ser enlazados. El mismo pensamiento se hacía lento,  pesado…
Sintió que su cuerpo se aliviaba de lo que había ingerido  ese mediodía. Nada le importó el hedor  que brotaba de sus ropas y  lo impregnaba. Siguió avanzando cada vez más cerca y cada vez más lento en el andar hasta que llegó y pisó la orilla,  ya fuera del agua.  En ese momento,  la nube que tapaba la luna se desplazó y se vio frente a frente de los restos de un espantapájaros. Pedazos de saco viejo y pantalón con una sola pierna, un sombrero encasquetado a la bola de paja que figuraba la cabeza. Su cuerpo tensionado por el espanto al que la imaginación lo había llevado, no pudo recobrarse y cayó con las manos  cruzadas sobre el lado del corazón.  Las nubes siguieron alejándose descubriendo un cielo cubierto por estrellas de mil tamaños  que él nunca llegó a ver.

sábado, 23 de febrero de 2013

La mujer en la obra de Eugenio Cambaceres, escritor de fines del siglo XIX.



La mujer en la obra de Eugenio Cambaceres, escritor de fines del siglo XIX.

Tomamos arbitrariamente, la imagen de mujer  que,  -finalizando el siglo XIX- aparecía en la obra de uno de los escritores de mayor nombradía que inauguró la novelística en la República Argentina.  Me refiero a Eugenio Cambaceres,  representante de la corriente literaria naturalista y exponente inconfundible de la  “generación del 80”
Antes de continuar debo decir que su libro Sin rumbo es el testimonio de la visión que mi antiguo profesor de filosofía – Ezequiel de Olaso-  presenta en “Notas para una discusión sobre la cultura del ochenta”[1]: pensar que la élite ilustrada de la generación del ochenta se dio como proyecto hacer de la Argentina una nación moderna y rica, es una simple fantasía.
 Ese proyecto -según de Olaso-  no existió nunca, y,  en particular la forma de vida del protagonista  pareciera dar argumentos a favor de esa ausencia.[i]

Eugenio Cambaceres, perteneció a una familia adinerada, dueña de tierras. Estudio en el Colegio Nacional, se graduó en la Facultad de Derecho, fue diputado de la ciudad de Buenos Aires y luego elegido diputado nacional. Murió en Francia a los 45 años.
Con sus obras se inicia el naturalismo en la Argentina. Corriente ésta que despertó encendidas polémicas para terminar imponiéndose sobre la novela romántica. Se puede decir que el naturalismo argentino adoptó más los mecanismos y las técnicas zolianas que sus objetivos fundamentales. Zola atacaba  a la clase dirigente de la burguesía francesa en cambio  los naturalistas argentinos terminaron  por defender la clase dominante a la cual pertenecían.
Los cultivadores de esta corriente literaria en Argentina son,  por lo general,  miembros de la burguesía más conservadora y  conciben sus creaciones como una vía más de canalización de su ideología   política.  El debate naturalista sobre la adecuación del individuo al medio sirve aquí para reavivar viejas polémicas locales, como la contraposición entre americanismo y europeísmo o entre civilización y barbarie, que había planteado Sarmiento tiempo atrás.

El grupo de escritores conocido hoy en día como Generación del 80, fecha alusiva a la federalización de Buenos Aires y la consiguiente cíudad nacional Los miembros de esta generación pertenecen a la alta burguesía criolla, son de ideología conservadora y fieles seguidores de la cultura y las modas europeas. Su pensamiento se nutre a partes iguales de los aportes de los teóricos positivistas del viejo continente y de los intelectuales argentinos de la época anterior, como Echeverría, Alberdi o Sarmiento.
De hecho, en los tratados teóricos y en las obras de creación de estos hombres del 80 se desarrolla con cierta amplitud la mencionada dicotomía sarmientina civilización/barbarie. y se identifica habitualmente esta última instancia con la gran masa de población inculta, que no tiene capacidad de pensar ni de decidir por si misma.


En el libro  de Cambaceres,  Sin rumbo, aparecen tres  imágenes de mujeres, las cuales  intento mostrar a partir de las palabras que utiliza el escritor. Como dice Georges Duby: “Para mí lo importante es la imagen que proporcionan de una mujer y, a través de esa imagen, de las mujeres en general, la imagen que el autor del texto se hacía de ellas y que quiso entregara a quienes lo escucharon”[2]


Marieta Amorini :  
Cambaceres la introduce describiendo su aparición espectacular:

“Era la prima donna, la célebre Amorini que triunfalmente hacía su entrada envuelta en pieles  y terciopelo.” [3]

No nos interesa saber si es extranjera o nativa,  como mujer-objeto,  impondrá la moda entre ciertas mujeres de la alta sociedad.

“Alta, morena, esbelta, linda, sus ojos hoscos y como engarzados en el fondo de las  órbitas, despedían un brillo intenso y sombrío; el surco de dos ojeras profundas los bordeaba revelando todo el fuego de su sangre de romana.
Desnuda, se adivinaba en ella la garra de una leona y el cuerpo de una culebra.”

La descripción avanza  sobre las manos y los pies de la prima donna.
Me detengo en estas descripciones porque ellas referencian los distintos tipos de mujer que el autor pone en la novela.

“(...) y le alargó la mano, una mano cargada de sortijas, afilada, carnosa, suave.”
“Los ojos de aquél se detuvieron entonces en el pie de la prima donna, cuyos dedos se dibujaban calzados por los dedos de seda de la media, en la inflexión elegante de su pierna, a la vez esbelta y gruesa, que el recogido de su pollera de Aída descubría hasta más arriba de la rodilla.”

Donata:
La otra mujer que aparece en Sin rumbo, será Donata,  la “chinita”.  Ella,  como la tierra, es cálida y está destinada a dar vida, para la sobrevivencia de la especie.
Cito:

“El óvalo de almendra de sus ojos negros y calientes, de esos ojos que brillan siendo un misterio la fuente de su luz,  las líneas de su nariz ñata y graciosa, el dibujo tosco, pero provocante y lascivo de su boca mordiendo nerviosa el labio inferior y mostrando una doble fila de dientes blancos como granos de mazamorra, las facciones todas de su rostro, parecían adquirir mayor prestigio en el tono de su tez de china, lisa, lustrosa y suave como un bronce de Barbedienne!.”

Es evidente la trasnferencia de lo que el protagonista siente a la descripción de esta mujer. La anterior descripción era distante, fría, a pesar de la relación amorosa que el personaje mantiene con la cantante de ópera.
La descripción de Donata, en cambio, está cargada de la sensualidad que nace del deseo del protagonista.

El autor pone en boca del mayordomo Villalba –figura mediadora entre el patrón y los peones- las siguientes palabras caracterizando  la clase de mujeres a la que pertenece Donata:
“Si estas,  patrón, son como hacienda, (...) conforme cualquiera las atropella, ahí no más se echan”

Andrea

Hay una tercera mujer, Andrea, la niña nacida de la violación de Donata por parte del protagonista. En esta mujer-niña, el autor encarna al ángel bueno o la hechicera benévola que opera la conversión del mal en bien.

Cito
“”Ella, en fin, su genio bienhechor, la hechicera cuyo mágico poder de encantamiento había tenido el prodigioso don de transformarlo, de convertir sus odios en un amor infinito, amor a los hombres, a los animales, a las cosas, a él, al mundo, ¡a  todo!”

La mirada positiva que observamos sobre esta mujer, no es ajena al hecho de que Andrea sea la hija del protagonista; además,  el bien que prodiga Andrea no es intencional, ya que, si así fuera,  se le estaría otorgando una subjetividad, la cual en toda la novela es monopolio del hombre.


Conclusión
Me he detenido a analizar las  tres imágenes de mujer presentes en esta novela del siglo XIX porque aparecen al interior de una corriente literaria -el naturalismo-, que recién se instala en nuestro país, dejando atrás la novela romántica. Además pertenecen a un autor que se considera el fundador de ese tipo de novela si bien no deja de ser una copia de la novela naturalista francesa de Zola.
 Esas imágenes presentan contornos esquemáticos, reducidos y parciales. En sus descripciones observamos que la minuciosidad desplegada en la generosa descripción  del protagonista disminuye intencionalmente.
Transcribo un párrafo en el que el autor se expresa acerca del protagonista:

“Abandonado Andrés a su negro pesimismo, minada el alma por la zapa de los grandes demoledores humanos, abismado el espíritu en el glacial y terrible “nada” de las doctrinas nuevas, prestigiadas a sus ojos por el triste caudal de su experiencia, penosamente arrastraba su vida en la soledad y el aislamiento.”[4]

 Por eso mismo esas imágenes de mujeres no llegan a referenciar un ser humano-sujeto-femenino, un  par del ser humano-sujeto-masculino.
No obstante eso,  considero que me permitirán tener un punto de partida para cuando comience el estudio de la imagen femenina en la obra de Manuel Gálvez: Nacha Regules, perteneciente ya a la literatura del siglo XX en la Argentina.


[1] Cfr.: de Olaso, Ezequiel en La Argentina: del Ochenta al Centenario (comp.), Bs.As. Sudamericana 1980, p.697
[2] Cfr. Mujeres del siglo XII de G. Duby.
[3] Cambaceres, Eugenio (1883): Sin rumbo.  Editorial Beybe. Buenos Aires. 1944 – pág. 53 , ss.
[4] Op. cit. pág. 25


[i] El proyecto de la Generación del 80’
En lo económico, la inserción de nuestro país en la división internacional del trabajo a partir de la producción de materias primas y alimentos y la importación de la mayor parte de los productos elaborados que se consumían en el mercado interno;
 En lo social, el tratar de cambiar usos nativos a través de la inmigración de mano de obra y tratando de europeizar nuestras costumbres.
 En lo político, la conformación de un estado moderno a partir de instituciones a imitación de la Europa de fin de siglo con el propósito de ofrecer garantías a los capitales extranjeros que invertían en nuestro país.  Por otra parte Europa tiene necesidad de colocar un excedente de producción y de población, asimismo necesita de alimentos y de materias primas.
Para asegurar la ansiada meta del progreso, los distintos sectores le atribuían a la educación una relevancia singular queriendo alfabetizar a la masa de argentinos que vivían bajo un índice de analfabetización extraordinario, pero más necesaria fue la educación de la elite dirigente que debía pasar por la universidad si quería acceder a una posición destacada dentro de la carrera política para alcanzar el poder.
Esta generación aprendió que la libertad individual era el valor supremo que el Estado debía defender y que el librecambio comercial era el sustento de toda política económica, pero no advirtió que esa libertad era privilegio de los fuertes y en la Argentina los fuertes no fueron precisamente los nativos, que el librecambio solo servía para consolidar al capital extranjero y que los sagrados derechos y garantías eran solamente excusas para amparar a las compañías extranjeras cuando buscaban eludir los impuestos nacionales o no querían someterse a las leyes justas de la Nación.
La ideología que adoptó esta generación fue el reflejo de los sentimientos e intereses de los terratenientes, su gobierno fue el gobierno de los selectos y de los iluminados. Bajo su influjo Buenos Aires dejó de ser la gran aldea para transformarse en una urbe cosmopolita de carácter, como ya dijimos, europeizante ya que la educación universitaria a la que nos referimos anteriormente tenía que venir de Londres y Paris.
El positivismo fue su filosofía: orden y progreso. Este lema, que se lo debemos a Comté, fue la bandera de su accionar. Progreso significó crecimiento y modernización. Orden consistía en crear las condiciones de tranquilidad en las cuales debía encontrarse el pueblo para permitir la proyección del progreso sin pausa.
La segunda mitad del Siglo XIX trae el triunfo del capitalismo industrial y con ello el aumento de la demanda de materias primas. La mejora en los transportes permiten el traslado de millones de inmigrantes que van a satisfacer la creciente demanda de mayor producción. En este mundo de progreso y cambio se inserta la Argentina a través de la expansión de su producción agropecuaria produciéndose entonces el fenómeno de un extraordinario crecimiento en su economía pero para ello fue preciso conquistar la Pampa Húmeda expulsando al indio y sometiendo todo el territorio nacional a la voluntad del gobierno central, de esta manera indios y gauchos fueron sacrificados en beneficio del sistema.
La riqueza generada se derrocharía en la construcción de palacios, monumentos y lujo a la europea.
Esta generación fue un fenómeno cultural trascendente, fruto de la política educacional liberal, querido y logrado por un plan meditado. Sus hombres oscilaban en los 30 años de edad en consecuencia no habían vivido la época del federalismo. Conocieron como una única realidad nacional la de los gobiernos liberales posteriores a Pavón y se formaron en los Colegios Nacionales lo que les permitió pertenecer a los grupos privilegiados convirtiéndose en ilustrados a la europea y aptos para integrarse a la política, a la burocracia y al ejercicio de las profesiones liberales ocupando los mejores cargos.
Sin trabas morales para sus ambiciones dejaron de lado los principios éticos de sus antecesores y las costumbres tradicionales creando un nuevo estilo de vida, aprovecharon los empréstitos, los juegos de la Bolsa, el hipódromo y los naipes,  que se hicieron sus costumbres y le otorgaron dinero fácil que les permitió acceder al despilfarro, a las viviendas más suntuosas, a la vestimenta europea y gozar de todos los lujos.
Con ellos comenzó la corrupción fenómeno nuevo en el país, salvo algunos pocos casos anteriores. Esta generación fue ajena al sentir nacional, inescrupulosa, dilapidó la riqueza de la Nación empobreciendo al país y exaltando como únicos valores culturales los propios de Europa, logrando también imponer en el país el respeto sagrado al capital extranjero.


jueves, 3 de enero de 2013

LA SIRENA DE MIS SUEÑOS


Cualquier parecido con un soneto es mera casualidad.

Rodeada de juncos, la laguna
oculta con esmero su secreto.
De tarde, el sol con paso recoleto
rayos lanza de luz inoportuna.                                 
y desoculta insólito escenario:
de rubios rizos y discreto encanto ,
tornando la laguna en un santuario
la niña juega y modula su canto
Fruto del ensueño y poco real,
la sirena de la laguna oscura,
porta recuerdos de infancia ideal;
imagen dorada en el lodazal, 
resplandor que encendía la ternura
y hoy,  sólo es un recuerdo virginal.

AMORES RENOVADOS


He buscado tu amor en la memoria
por hallar del amor algún cimiento. 
He revisado toda nuestra historia
sin poder revivir un sentimiento.
Sólo encontré vaga sombra ilusoria 
donde pensaba dulce arrobamiento; 
donde largas creí horas de euforia,
lágrimas encontré para el tormento.
La vida ahuyenta los recuerdos vanos, 
flores y aromas nacen en las manos
y pronto el corazón amor derrama.
Ante amores nuevos ¿por qué llorar
los ya vividos? tan sólo esperar.
¡Donar amor al que a mi vida llama!

martes, 1 de enero de 2013

TIEMPO DE DIOSES


(Versión intervenida por mí del Enuma elish) 06 /12/2012

Poema babilónico
Nacimiento de los dioses
Cuando en la altura, los cielos no estaban nombrados,
y en lo bajo, la tierra firme aún no se había pensado;
cuando solo el primitivo caos del agua fresca, el agua salada y la niebla reinaban;
cuando ningún pantano se había formado y tampoco isla alguna;
cuando ningún dios había aparecido ni había sido nombrado ni su suerte determinada,
entonces los dioses fueron creados en medio de ellos;
Lahmu y Lahamu aparecieron y fueron nombrados
Así contaban la leyenda mis abuelos cuando preguntaba de donde había salido el cielo, la tierra y el agua. Explicaban el origen del mundo tal como sus mayores se lo habían contado a ellos.

Cuando todo era nada y nada no era vacío sino un pleno que ahí estaba esperando la primera dispersión; con la dispersión vendrán los tales y cuales.
Así tendrán nombres, con los nombres vendrá la existencia. Así me enseñaban los abuelos a conocer la eficacia mágica de los nombres.
La lucha de los dioses
Agua fresca recibió el nombre de Apsu, generador de todo;
agua salada fue Tiamat y la niebla, Mummu.
Los divinos compañeros se congregaron,
y en tanto oscilaban de un lado a otro molestaron a Tiamat,
inquietaron su vientre,
danzando dentro de ella, donde los cielos están fundados.
Apsu también fue disgustado, y acompañado por su servidor
Mummu, se dirigió a Tiamat:
Apsu, comenzó a hablar y dijo a la ruda Tiamat
-para muchos, un monstruo femenino-,
“Sus costumbres se me han tornado odiosas,
no me dejan descansar de día ni dormir de noche;
Aniquilaré sus conductas y les pondré fin,
para que reine de nuevo la paz y podamos dormir”
Pude así saber que hay padres e hijos, amores y odios; poder y temor.
Al oír esta imperativa y dura advertencia,
los dioses experimentaron un gran pánico;
pero uno de ellos, Ea, el sabio, después de pronunciar
un encantamiento sobre Apsu lo dejó dormido y lo mató;
tomó su corona y construyó su morada encima de él.
Luego se apoderó de Mummu, lo castró
y le aplastó el cráneo.
Supe que cuando el que posee el poder monta en cólera ya no hay seguridad para los dominados. Estos dioses eran muy crueles y no vacilaban en ejercer la magia mala y aplastarte el cráneo. Parece que el que tenía más poder que todos, Apsu, lo perdió. También la ligó Mummu, el indefinido.
Ea, el sabio, engendró en Damkina a Marduk,
de seductora y terrible figura:
cuatro eran sus ojos y cuatro sus orejas,
cuando entreabría sus labios fuego brotaba.
Mi hijo el Sol, Dios de los dioses- decía su madre- 
es perfecto, heredará el poder y reinará sobre dioses y humanos.
Te hemos dado dignidad real y poder sobre todas las cosas
-dijeron los dioses viejos reunidos en banquete.
Ocupa tu asiento en el consejo
y tu palabra ha de prevalecer.
Marduk crea a los humanos de la sangre de Kingu,
el rebelde, para que sirvan a los dioses con sacrificios.
Esta es la sangrienta historia del comienzo de todo. Todo emerge del malhumor, la amenaza, la conspiración y la muerte por asesinato. Los viejos delegan el poder en el dios joven. El dios joven se asegura la aceptación de los dominados. Tal como la contaron mis abuelos, yo la contaré a mis descendientes.