miércoles, 25 de julio de 2012

MEMORIA DEL CUERPO



Por: Martha Alicia Lombardelli: marthalic@yahoo.com
Texto publicado en el compilado Sobre Mujeres y Feminismos. - 1º ed. Buenos Aires .2012
Producción Fundación Tehuelche.
ISBN 978-987-1495-19-1
 Licenciada en Filosofía. Escritora e investigadora.  Ha publicado artículos en revistas nacionales e internacionales. Ha publicado el libro Cuentos Sueños y Poesías; participado  en  compilado Historia de vida. Un encuentro con nuestra subjetividad, editado en México.
Palabras claves: vivencia del cuerpo-  vivencia del cuerpo en la poética femenina.
Con el propósito de demostrar la conexión existente entre la vivencia del cuerpo, los condicionamientos culturales y su incidencia en la poética,  se han  tomado   dos  textos literarios pertenecientes al libro Cuentos, Sueños y Poesías[i].
El interés por revelar la vivencia del cuerpo en la mujer,  origina la idea  de realizar un análisis comparativo entre ambos. Las preguntas que orientan su análisis son: la explicación fenomenológica de la percepción del mundo en general y del cuerpo en especial  ¿es igualmente válida para ambos géneros?  ¿Se vive como cuerpo?  La educación ¿la  responsabiliza  de  su afectividad?  El desdoblamiento  cuerpo- alma  ¿permanece vigente?
El método de abordaje  utilizado es dialéctico existencial-descriptivo-reflexivo.  Apelamos a ideas aportadas por autoras/es para ir anudando descripciones, experiencias personales,  reflexiones propias  y ajenas.
El marco teórico lo constituye  la fenomenología  de   Merleau-Ponty., quien cuestiona el “saber objetivo” del Positivismo. En él, el mundo es puesto  por el que conoce  e ignora que  el sujeto de la percepción es quien moldea la percepción. Por eso intentamos  reflexionar sobre la  experiencia personal,  tal como fue percibida   y  recordada muchos años después.
Cuerpo femenino: suma de disposiciones culturales y valores simbólicos.
Por siglos los hombres construyeron su propia imagen y reflexionaron sobre ella;    no se tuvo en cuenta la perspectiva de género femenino. La representación hegemónica del hombre, válida para el género humano y el hombre singular, subsume  en sí, -sin diferencias-, la imagen de la mujer. “Ellas”  fueron representadas por ellos. 
El cuerpo es suma de disposiciones culturales y valores simbólicos, que va troquelando: comportamiento, conocimiento y sexualidad.  Las variaciones históricas nos  atraviesan y construyen. Podemos entender nuestro cuerpo como un elemento más de las construcciones culturales y de los valores simbólicos con que intentamos organizar el medio ambiente y el mundo. Para Merleau-Ponty, ese  saber consciente se origina a partir de un saber subyacente y previo a todo otro saber. Es el saber del cuerpo, y en él concurren “como dos estratos distintos: el del cuerpo habitual  y el del cuerpo actual[ii] Analiza la vivencia de alguien que ha perdido uno de sus  miembros  y dice: (…), la cuestión de saber cómo puedo sentirme provisto de un miembro que ya no tengo –miembro fantasma-  equivale, de hecho a saber cómo el cuerpo habitual puede hacerse garante del cuerpo actual (…)No es el cuerpo físico sino su representación dentro del cuerpo mismo lo que permite que el cuerpo actúe en el mundo.
Dice Merleau-Ponty: el cuerpo no es un objeto. Antes que nada somos en el mundo y lo somos gracias a nuestro cuerpo. Él es la condición de posibilidad de los objetos.  Somos un cuerpo percibiente y por el solo hecho de ser cuerpo en el mundo se da la percepción como la instancia de significación. Dicha percepción no nace de una conciencia reflexiva sino que constituye una dimensión intencional propia de nuestro cuerpo. Esto no quiere decir que el cuerpo actúe mecánicamente al estilo “estímulo-reflejo”. Son soluciones que generamos, para resolver situaciones que nacen de ser- en-el-mundo, ser con los demás. Por lo tanto, podemos afirmar una memoria del cuerpo. En tanto somos cuerpo en el mundo, el cuerpo es fundante. Al mismo tiempo se nos revela como una ambigüedad porque no lo podemos convertir en objeto de conocimiento. No podemos afirmar que existimos como cosa o como conciencia, por lo tanto, somos una ambigüedad.
A raíz de esa consideración del cuerpo:  de experimentar y comprobar la manera en que tomamos contacto con él,  la forma en que lo vivimos y  lo representamos  -e inclusive las  maneras que tenemos de auto representarnos  situadamente-, es que podemos afirmar que  esas instancias  están atravesadas  ineluctablemente por la  cultura.
Analicemos esta afirmación y veamos si lo que se ha dicho sobre el individuo incluye  o ignora la diferencia de género. Todo lo que se viene escribiendo sobre el cuerpo siempre ha tenido como objeto de estudio al hombre. Pero el discurso sobre la corporalidad,  la afectividad,  la sexualidad y todo aquello que tenga que ver con momentos  personales e íntimos,  no  está en paridad  de  lugares y valoraciones  entre el  cuerpo humano femenino y el masculino.
Apelamos a distintos autores[iii]: filósofos, psicólogos, psicoanalistas, fenomenólogos, etcétera,  que han escrito sobre el cuerpo humano en general,  y  -de esas teorías-  trataremos de desagregar aquello que se corresponda o no con el género femenino. Tendremos presente las aclaraciones  que hace Georges Duby en Mujeres del siglo XII: “Lo que intento mostrar no es lo realmente vivido. (…) Lo que trato de mostrar son reflejos, (…) testimonios escritos. Me fío de lo que dicen. Digan la verdad o mientan, lo importante no es eso. (…) lo importante es la imagen que proporcionan de una mujer (…).” [iv]   
Históricamente,  en construcciones sociales como la Iglesia, la ciencia, la historia, la filosofía y el derecho, dice Diana Mafia,  "los hombres se enuncian pero las mujeres somos dichas, no somos sujetos de enunciación"  Es decir,  consideraremos la imagen que proporcionan de las mujeres y la  relación de éstas con su cuerpo. Recurriremos también a discursos especialmente subjetivos,  para demostrar la distancia que existe entre  la percepción del cuerpo como propiedad y  la percepción del cuerpo como vivencia reprimida de acuerdo a pautas culturales vigentes.
El texto “Noche de monjas”[v]  escrito en los años  setenta pero lo que narra ocurrió en la década del 40’.  Describe una  experiencia infantil,  tal como  se la recuerda: 
“(…) Demás está decir que muchas de las virtudes burguesas que poseo: disciplina, perseverancia, concentración, pulcritud, orden y la tendencia al ahorro, las debo a mi estadía  -durante dos años- en el colegio "Jesús de Nazareth", en la ciudad de Buenos Aires.
(…) Todos los días cumplíamos con la siguiente rutina: lavarnos la cara y peinarnos; formar fila para que nos entregaran los respectivos  guardapolvos y nos prendieran el moño - grande y duro como si fuera de cartón-, en la cabeza;  esperar que nos repartieran  el velo o mantilla que nos cubriría la cabeza. Todas las niñas rogábamos que nos tocara en suerte una mantilla que fuera más grande que un pañuelo así nos pareceríamos mejor a las Santas de las estampitas. Después  de escuchar la Santa Misa, desayunar, devolver los velos y salir  -ordenadamente en fila de a dos-  para el otro colegio.   (…)  -justo el día anterior a tomar la Primera Comunión-  sucedió algo especial e inolvidable.   Las monjas nos adoctrinaban en la idea de vivir sin pecados;  todos los días del año. Sabíamos que cumpliendo con todo lo que nos decían,  nuestro nombre –escrito un pedacito de paño lenci  rojo-  iría subiendo por el corazón de Jesús en la lámina que estaba colgada en una de las paredes del comedor diario. Nuestro objetivo era el estado de pureza total para el día fijado en que tomaríamos -por  primera vez- la comunión. La noche de la víspera, las hermanitas nos hicieron formar fila, después del último recreo, para ir a bañarnos. Nunca nos sacábamos ni la bombachita ni la camiseta para recibir el baño. Las monjas nos lavaban con esas prendas puestas. Refregaban nuestros cuerpecitos por encima de ellas. Luego, cuando salíamos de la ducha, otra monja nos envolvía en una gran toalla. Debajo  de ella  (…) -, teníamos que tironear la ropa mojada. Envueltas en la toalla nos mandaban  -corriendo por el patio- a la habitación inmensa y llena de camas-cuchetas. Ahí, teníamos que esperar, quietecitas y debajo de  las sábanas, a que nos repartieran nuestras ropas interiores limpias, y luego...  vírgenes puras,  ¡a dormir para el gran día que llegaba!  ¡Recibiríamos por primera vez el cuerpo de Jesucristo!
Nuestro  cuerpo debía ser un templo  para esa llegada. (…) Las hermanitas insistían e insistían con la misma cantinela... "Niñas buenas, sin malos pensamientos, obedientes, debíamos ser para que Jesús nos amara..."  Algo pasó, sin embargo, que hizo que nunca olvidara ese día. Parecía producto de mentes poseídas más que de niñas de 6 o 7 años... Era diciembre y la noche cálida nos acariciaba. Estábamos bastante excitadas por lo que sucedería al día siguiente. (…)
“Cuando llegamos a la habitación y vimos que las monjitas encargadas de repartirnos la ropa interior limpia todavía no habían llegado,... nos sacamos las toallas que nos envolvían y nos pusimos a saltar de cama en cama, ¡desnudas! ...¡totalmente desnudas! y...  gozando como diablillos de tan infantil  travesura. ¡Todo se convirtió en gritos y risas...!”
Involuntario testimonio de la enseñanza que se  daba a las niñas,  -en la primera mitad del siglo XX-  sobre el cuerpo propio. Es un colegio religioso y posiblemente en las escuelas públicas laicas, con una fuerte orientación positivista, no sucediera  lo mismo.  En este colegio,  el cuerpo  era un templo que se poseía; en él habitaba el  alma de cada niña durante  su vida y hasta la muerte. Aún no se ha  internalizado  el hábito de ocultar el cuerpo ni la idea  del mismo como fuente de pecado.
Si durante años  -hasta avanzado el siglo  XX-, la mujer fue preparada para  vivenciar su cuerpo sin  verlo ni mostrarlo;  sin tocarlo ni pensarlo, es difícil suponer que le cabe  la  afirmación de Merleau-Ponty cuando dice:   “Hemos aprendido  de nuevo a sentir nuestro cuerpo. Hemos reencontrado –bajo el saber objetivo y distante del cuerpo-, este otro saber que del mismo tenemos, porque está siempre con nosotros y porque somos cuerpo”.[vi]  Su libro se publica en 1946 y los hechos que narramos  remiten   justamente a cuatro años más tarde que esa fecha: 1949.
Según Nelly Schnaith[vii], los a priori de la construcción del percepto: historia personal, profesión, ubicación social,  operan como determinantes de la percepción en general.   Agregamos –en especial y fundamentalmente- su pertenencia de género.  
La idea de la dicotomía entre conciencia y cuerpo, -o como lo planteara el pensamiento griego: el cuerpo (soma) es  tumba  (sema) para el alma-  es  fusionado sincréticamente en el Renacimiento con el pensamiento cristiano y  lleva a una educación en la que el cuerpo debe negarse para que el alma se salve. Social y culturalmente, la dicotomía sólo se mantuvo  vigente para la mujer.
Pensamos que, si todos los estudios demuestran que  desde la perspectiva  de género, el cuerpo de la mujer fue reprimido por la educación y la formación social en general, difícilmente podríamos  reconocerle la posesión de la “consciencia encarnada”.
Consideremos el aspecto que más ha padecido la negación o represión  social y moral en la mujer; nos referimos al cuerpo como ser sexuado,  al contexto de la experiencia afectiva para el ser humano en general. Merleau-Ponty hace hincapié en la importancia del cuerpo en la construcción del mundo.  Compara al ser humano normal con un enfermo y marca las diferencias: En el  ser humano normal  la sexualidad,  el conocimiento y  la acción son los tres sectores del comportamiento;   manifiestan una única estructura típica propia del ser humano integral. Destacamos  que  Merleau-Ponty reivindica el aporte del psicoanálisis freudiano, al descubrir en las funciones que se tenían por  'puramente corpóreas', su relación dialéctica con los demás comportamientos.
Cuando mencionamos lo sexual no estamos hablando de lo genital. Cito al autor:  "Un espectáculo tiene para mí una significación sexual, no cuando me represento, siquiera confusamente, su relación posible con los órganos sexuales o con los estados de placer, sino cuando existe para mi cuerpo,  para  esta  potencia  siempre  pronta  a  trabar  los estímulos  dados en una situación erótica y ajustar una conducta sexual a  la misma. Se da una 'comprensión erótica' que no es del orden del entendimiento, porque el entendimiento comprende advirtiendo una experiencia bajo una idea, mientras que el deseo comprende ciegamente vinculando un cuerpo a un cuerpo. Incluso con la sexualidad que, no obstante, ha pasado mucho tiempo por ser el tipo de la función corpórea, nos enfrentamos, no a un automatismo periférico, sino a una intencionalidad que siga el movimiento general de la existencia y que ceda con ella."   
 Nos estamos refiriendo -dice el autor-  al “poder general que tiene el sujeto psico-físico de adherirse a unos medios contextuales diferentes, de fijarse mediante experiencias diferentes, de adquirir unas estructuras de conducta”  Y lo más importante,  afirma, “Es lo que hace que un hombre posea historia” [viii]  . En el caso del enfermo, -dice Merleau-Ponty-  la percepción ha perdido la estructura erótica, Sus perturbaciones  resultan de una herida  circunscrita en la esfera occipital y esa patología altera la estructura de la percepción  o de la experiencia erótica. Eso le impide dar valor o significación erótica o sexual a los estímulos exteriores. Dice: “lo que ha desaparecido en el enfermo es el poder  de proyectar delante de sí un mundo sexual”, un mundo afectivo normal.  Esta falta de intencionalidad para el enfermo le impide ponerse en situación  sexual, tanto como afectiva o ideológica. 
¿Qué sucede con el comportamiento sexual y, en consecuencia, con el mundo afectivo femenino?  Remitámonos al   famoso Informe Kinsey, de 1963.[ix]  En él  se afirma que  existe un menor interés de la mujer respecto a las relaciones sexuales; además,  que las mujeres tienden a aceptar  más fácilmente las formas sociales  porque no son tan  accesibles  como los hombres  a los estímulos psíquicos o no son tan sometidas como ellos a reacciones inducidas. Con lo valioso que fue el aporte de ese informe, las conclusiones a las que arriba  respecto al comportamiento sexual de  las mujeres, según Igor Caruso[x]-, son cuestionables    porque no tuvo en cuenta que la cultura de occidente favorece una conducta “femenina”  pasiva.  Nos preguntamos¿es pasiva por ser femenina o a la inversa, es femenina por ser pasiva?
En la Grecia antigua la homosexualidad era común y no se la discriminaba, en cambio, sí se lo hacía respecto a la mujer.  Los generales de todos los ejércitos antiguos eran homosexuales, los marineros y los cazadores lo eran también según las estaciones del año.  Occidente acentuó la sumisión de la mujer en la Edad Moderna   en el mismo momento en que comenzó a discriminar la homosexualidad como contaminación de la amistad viril.  Es decir, la discriminación de la homosexualidad es simultánea a la subordinación de la mujer. Dice Diana Mafia: “(…) pero es con los contractualitas con quienes el discurso universalista nos genera una expectativa a las mujeres que luego se ve decepcionada, y sobre ese trasfondo se hace más visible el prejuicio  androcéntrico que genera una ‘ceguera de género’. Hobbes, Locke y Rousseau no inventan el poder de los varones y la intangibilidad  de la familia patriarcal, pero de ellos esperamos al menos que no lo legitimen y lo consagren, y eso no ocurre.”   
Se decía que las mujeres  presentaban escaso interés y curiosidad sexual en comparación con los hombres;  que la pasividad de la mujer  se correspondía con el comportamiento de las hembras entre los mamíferos superiores.  Por lo tanto, lo convierte en algo biológico.  El análisis cuantitativo  de los datos del informe Kinsey avala esta afirmación.  Las estadísticas,   -auténticas y válidas- pueden ser interpretadas erróneamente si no se las contextualizan. Es lo que resulta del informe Kinsey,  ya que la disposición de la mujer a reprimir la afectividad y el interés sexual hacia candidatos no aceptados legalmente por la sociedad, se relaciona con las normas culturales de tipo patriarcal.
Además se las consideró menos troqueladas sexualmente que los hombres por relaciones anteriores.  La tendencia de la mujer, favorecida y reforzada por  una tradición patriarcal,  -aún a pesar de ciertas transformaciones básicas-, promueve el tipo de ‘mujer de un solo amor’, ‘buena madre para sus hijos’,  ‘esposa femeninamente fiel’. Ella misma por anticipado tiende a racionalizar sus sentimientos de modo tal que se acomoden a los arquetipos propios de esa tradición.  
Vayamos a la ejemplificación analizando el otro texto escrito  en la segunda mitad del siglo XX,  precisamente en 1977. 
Confesión
En esta tu ausencia presente / Quiero confesarte cosas...
Cosas que,  sin que yo lo quiera, / Se me ríen en el cuerpo y en la piel.
Mi cuerpo, / Ese que conociste / antes de quedarse huérfano.
Parado en una nube,/ como un pájaro triste/ Hoy se ve.
Cansado de andar solo, / dueño de sí mismo y del tiempo,/
pidiéndome disculpas, / anda buscando un límite./ Se interna en los espacios vitales /
 de los otros /y anda como los gatos,/de noche bajo la luna, /
 recorriendo ágil, / uno tras otro,/ el aliento de los patios./
Mi cuerpo...ese que conociste... / Lo dejo que se vaya/,
como si no fuera mío,/ que me deje el alma dormida y triste/  conmigo.
La protagonista  expresa dolor por la separación y  culpa por el deseo de su cuerpo. El título Confesión,  remite a una institución propia del mundo religioso católico que está gravitando en la exteriorización del sentimiento. El cuerpo es  algo que  posee y que la lleva por caminos de “perdición”. Niega en la representación consciente,  que los deseos tensionen su corporeidad.  No reconoce su ser-cuerpo y  no se hace cargo de sus vivencias eróticas. Educada en una cultura que reprime el placer  sensible en la mujer,  apela al desdoblamiento cuerpo- alma. Tanto en el ejemplo del baño con el cuerpo cubierto,   experimentado en la primera mitad del siglo XX, como  en el  posterior poema, se evidencia la represión de la intencionalidad erótica del cuerpo.
Conclusión
En la percepción existe un fenómeno denominado ‘regulación compensatoria’  que tiende a agregar y a corregir  en función de la experiencia anterior del sujeto, incluida la memoria del cuerpo.  Afirmación hecha teniendo como objeto de estudio la percepción humana en general. Cuando esta enunciación es aplicada a la percepción de un sujeto femenino, la compensación  de lo que percibe invariablemente obedecerá a las normas culturales  pero, -en este caso- serán  las que rigen el lugar simbólico específico  de la mujer en su cultura.













NOTAS


[i]Lombardelli, Martha Alicia: Cuentos, sueños y poesías. Editorial Al Margen. La Plata, 2003
[ii] Merleau-Ponty, M.: Fenomenología de la Percepción. Barcelona: Península. P.101
[iii] Nota: El presente trabajo no permite que me extienda puntualmente en cada autor. Sólo los menciono al interior del texto.
[iv] Duby, George: Mujeres del siglo XII. Ed. Andrés Bello. Impreso en Chile. 1995. p. 11
[v] Lombardelli, Martha Alicia. Op cit  p. 14
[vi] : Merleau-Ponty, Maurice (1945): Fenomenología de la percepción.  Barcelona, Península. p. 173
[vii] Schnaith, Nelly (1987) : Los códigos de la percepción, del saber y de la representación en una cultura visual. En Revista Tipográfica Nº 4,  p-26-29
[viii] Op cit ., p. 174
[ix] Informe Kinsey , Publicado en castellano en 2 volúmenes, por ed. Siglo XXI en 1967 con el nombre El comportamiento sexual de la mujer.
[x] Caruso, Igor(1968): La separación de los amantes. Siglo XXI Editores. México. 1969




BIBLIOGRAFÍA

CARUSO, IGOR (1968): La separación de los amantes. Siglo XXI Editores. México. 1969
DUBY, GEORGE: Mujeres del siglo XII. Ed. Andrés Bello. Impreso en Chile. 1995.
INFORME KINSEY,:Publicado en castellano en 2 volúmenes, por ed. Siglo XXI en 1967 con el nombre El comportamiento sexual de la mujer.
LOMBARDELLI, MARTHA ALICIA: Cuentos, sueños y poesías. Editorial Al Margen. La Plata, 2003
MERLEAU-PONTY, MAURICE (1945): Fenomenología de la Percepción. Barcelona: Península.
SCHNAITH , NELLY (1987) : Los códigos de la percepción, del saber y de la representación en una cultura visual. En Revista Tipográfica Nº 4,  p-26-29


4 comentarios:

  1. Ha sido un placer leerte, comparto tu perspectiva acerca de la percepción que tenemos las mujeres del mundo a través del propio cuerpo. Has leido a la Spivack? Dice cosas realmente lucidas acerca de este tema. Saludos, Eilyn

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  2. Todo un artículo cargado de sabiduría. Muy técnico para un mal entendedor como yo pero del que he extraido grandes conocimientos.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. He leído tu artículo con sumo placer. Profano soy en estas cosas, pero es indudable que de todo se puede aprender. Saludos

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