jueves, 12 de abril de 2012

Opuntus ficus-indica





Desde la tranquera hasta la casa había, aproximadamente, una cuadra y media. Uno podía elegir caminar por la huella de los vehículos o ir por el borde, lindero al campo vecino. Justo en ese borde se encontraba la Opuntia ficus-indica. Conocida vulgarmente como planta de higo tuna. Suponíamos que se comía pero nunca lo intentamos. En mi casa se la ignoraba, sólo sabían que estaba allí; aislada, desconocida, sin valor. Y, a pesar de sus bellas flores y dulces frutos, no inspiró jamás una exclamación que la alabara… Creo que fue esa situación de la tuna la que me llevó a sentir cierto afecto por ella.

 Me sentaba a su lado manteniendo una distancia respetuosa, para sacarme la máscara de la calle y ponerme la de hija. Jamás probé andar sin ellas. Guardaba –desde pequeña- una colección de máscaras adecuadas a las distintas situaciones: la alumna estudiosa, la amiga leal, la novia amorosa, la amante esquiva, la hija simuladora… Como el higo tuna, sabía dar hermosas flores, dulces frutos y despiadadas espinas.
Cada novio que tenía, era llevado por mí a las cercanías del higo tuna, como lugar elegido para nuestra intimidad. Ahí le ofrecía el rostro de mis flores y la dulzura de mis frutos. También le ocultaba la insidia de mis espinas. Los novios retoñaban al ritmo de la estaciones. Se estrenaban en primavera y seguían su curso en verano, otoño e invierno.
Hace unos días le di cita al último de mis novios. Le indiqué cómo debía llegar -para encontrarme- hasta dónde estaba la tuna. Estaría esperándolo mientras leía La Metamorfosis de Kafka que había empezado ayer. Cuando llegó, lo miré sonriente como una flor. Esperaba que viera mis frutos tempranos y lo sedujera el aroma o el color. Dio vueltas a mi alrededor cauteloso, sin acusar recibo de mi recibimiento. Evitó cuidadosamente acercarse. Esperó un cuarto de hora mirando para un lado y otro.
-¡A mí no me hace esperar nadie y… menos esta estúpida!- exclamó con ira. Luego, sorprendida, lo vi alejarse.


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