jueves, 17 de octubre de 2013

Los frasquitos de doña Amparo


De Martha Alicia Lombardelli

 Llegué al pueblo después de un viaje en tren de dos horas. Necesitaba consultar a la vidente del lugar. Mis amigos, movidos por el afecto que sentían hacia mí,    insistieron en que la única que podría ayudarme era doña Amparo. La doña tenía ganada una larga fama aconsejando a las jóvenes para conseguir novio, preparando gualichos especiales para no perderlos; curando empachos, ladillas y extirpando lombrices solitarias en los bebés.
Apenas había empezado a noviar con Martín –mi tercer novio- y hasta ahora nadie me había visto con él. Lo mantuve casi en secreto. No quería que sucediera lo mismo que con los anteriores. Por eso es que estaba preocupada y decidí que la tercera es la vencida: iría otra vez a consultar a Doña Amparo.
Estaba cansada de escuchar:
– ¿Y, no encontraste novio?  ¿Es raro, lo que te pasa?  ¡Mirá que haber tenido dos y los dos se te murieron, eh!
Yo me quedaba callada, con la intención de no alimentar la conversación sobre el tema. Pero ella seguía:
– ¡Che! a vos ¿no te llama la atención?  Sí, ya sé, me contaste que el primero falleció y no pudieron saber por qué. Pero, ¿qué pasó con el segundo, el que era de Playa del sol?  -insistía mi amiga.
– ¡Qué sé yo!  Un día se fue diciendo hasta mañana y no volvió más. Con
decirte que no lo he visto por ningún lado -dije con los ojos llenos de lágrimas.
–En fin, no hay mal que por bien no venga -agregó como queriéndome consolar- me enteré que los dos anduvieron con las locas del callejón al mismo tiempo que eran tus novios.

Después agregó:  
            –Tendrías que ver a Doña Amparo, ella seguro que te da la solución. Vas a ver que la próxima vez encontrás a tu príncipe azul.
Me despedí de mi amiga y pensé que no estaba mal su consejo. Sería la tercera vez que iría a visitar a la doña.  Hace cuatro años fui a pedirle un gualicho para conseguir marido. Me lo dio y me dijo que cuando encontrara novio se lo fuera dando de a poco en el mate.  Eso sí, no tenía que decirle nada a nadie y tenía que dárselo al hombre cada día que viniera a visitarme. Regresé a mi casa con el frasquito en la cartera. A la noche, ya sola en mi pieza lo desenvolví y lo miré como si pudiera encontrar el secreto de su magia, mientras fruncía la nariz por el olor que emanaba. Era un olor suave pero parecido al del zanjón que había al borde de mi vereda. Dos veces hice lo que ella me dijo: con el primero, alcancé a darle sus gotitas durante una semana.  Luego, con el segundo novio ni alcancé a darle el contenido de un frasquito.
Me sacudí el polvo que el viento había hecho entrar por la ventanilla, me alisé el pelo y enfilé para lo de Doña Amparo. Tenía tantas esperanzas en lo que ella pudiera hacer para conseguirme un novio. Estaba decidida a contarle mis temores: yo comprendía que cuando Juan se enfermó, ella no pudo hacer nada por él.  También quería que supiera que cuando el Héctor desapareció, hubiera querido llamarlo por teléfono pero sabía que ya no estaba en el pueblo y ¿dónde llamarlo si no sabía dónde estaba? Por último, contarle que estaba un paso de quedarme otra vez sin novio y no quería que eso me pasara. Ella tenía que ayudarme, tenía que darme un gualicho más fuerte. Para que nunca me olvidara y me quisiera más que a nadie en el mundo.
Dos cuadras antes de llegar a su casa me llegaron los rumores de su enfermedad.  Llamé a su puerta y me atendió una señora que no conocía.
– ¡Ah, usted busca a la doña!  Pobrecita, se la llevaron para internarla. Creo que alguien la denunció por andar haciendo favores a la gente. ¡Tan buena que era ella, tan servicial! Siempre tenía algún frasquito para lo que se necesitaba. Pero parece, que el diablo metió la cola y la denunciaron porque dijeron que estaba un poco mal de la cabeza. Yo creo que estaba ciega y muy vieja.
– ¿Cómo que la denunciaron? - pregunté.
            –Algunos comedidos dijeron que dos o tres veces la vieron -a las doce de la noche y en total oscuridad- de rodillas, metiendo o sacando algo del zanjón de su casa.  De ahí es que pensaron que estaba un poco ida.
La mujer siguió contándome que la policía y los enfermeros le revisaron toda la casa y se llevaron como quince o veinte frasquitos, todos iguales, con el nombre de su contenido prolijamente escrito y pegado para su identificación.  Añadió que oyó comentarios de que las personas que compraron   esos frasquitos se enfermaron. Y bajando la voz, me dijo que hasta hubo algún muerto. Ella no quería hacer bulla contando eso, pero le parecía que la doña, ya estaba muy viejita y se podía equivocar.
Al oír eso, perdí mis esperanzas. Ya nadie me podría ayudar. Me prometí a mí misma rezar una oración para la doña. Para que ahora Dios la ayudara a ella. Pues no me quedaban dudas cuando la vecina dijo que la policía arrasó con todos los frasquitos y oyó que uno de ellos decía:  
-¡Acá vamos a encontrar la prueba de lo que esta mujer hacía!




1 comentario:

  1. Me tresulta estupendo, amiga. No es la primera vez que lo leo, y, cada vez lo encuentro mejor.

    Beso

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