El
libro perdido
por
Martha Alicia Lombardelli - (15/10/2016)
Hay veces que pienso que mis libros –o por lo
menos, algunos de ellos- se burlan de mí.
Estoy convencida que no lo hacen por maldad. Lo hacen solo para gastarme bromas. Sucede así: de pronto recuerdo una frase, una
palabra que leí hace años en un libro. Sé que lo tengo, sé que lo leí en un
determinado año, pero no lo encuentro. Tenía una tapa amarilla. ¿O beige? No me puedo acordar. Lo leí justo cuando
estaba interesada en hacer un trabajo sobre la situación de la mujer en la Edad
Moderna ¿en la Edad Media? Me escucho
rogándole a Jesús su ayuda para encontrarlo. Inmediatamente me reprocho por molestarlo por cosas tan personales y
hasta caprichosas. Me acuerdo de Martín Heidegger afirmando la impertinencia de los entes en
desaparecer cuando los buscamos y en presentarse ante nuestras narices, cuando
no nos interesan. Pienso en dejar de buscarlo, ya aparecerá cuando no lo esté
buscando. Pero, mi deseo de encontrar
aquella frase tan importante en este momento para mí, me impide que abandone la
búsqueda. Ésta se vuelve cada vez más urgente, más frenética, más desesperada.
Me siento y tomo un mate. El mate es un amigo fiel en las buenas y en las malas.
Pero ahora no me doy cuenta si está bueno o lavado y ni me importa. Cierro los ojos para ver si enfocando los
estantes y recorriéndoles lentamente, tal como los tengo en el recuerdo,
descubriré su ubicación. Estoy a punto de llorar por momentos. También de
putear, no al libro. Eso jamás. Si no lo encuentro es porque mi memoria se toma
descanso y me deja tildada. O las neuronas se desconectan y producen eso que
llaman “lagunas”. Pues, ahora, a mí se
me produjo un océano y no haytutía. Abandono mi trasero como peso muerto sobre el
sillón y dejo caer los brazos desalentada a mis costados.
¡Qué mierda me está molestando en el asiento!
¡Ay, ay, ay, aquí está el hijo de puta! Por fin lo encontré. Claro, si anoche
lo preparé para leer lo que quería citar.
Mi libro querido. Gracias por encontrarte. Gracias por aparecer. Esta vez se te
fue la mano haciéndome bromas. Lo beso y lo beso una y mil veces. Lo acaricio y
dulcemente lo abro allí, justo allí donde hace tantos años dejé la hoja doblada
en la esquina; y la oración subrayada amorosamente con lápiz de mina blanda
para no hacerlo sufrir.
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