martes, 16 de octubre de 2018

Eric Satie


Como un viejo encendedor




La vida es  un viejo encendedor de cigarrillos.   Cada día le damos un golpecito a la tuerca que lo enciende y lanza su llama prometedora. Al final del día, apenas si le queda llama.  Traslademos ese movimiento  a los grandes  o pequeños objetivos que nos proponemos cada hora, cada día, cada año. Es asombroso comprobar, - después de haber dejado atrás la niñez  y juventud-,  la cantidad de veces que intentamos  iluminar a nuestro alrededor e iluminarnos. 
¡Cómo olvidar la potencia de la luz con que  cubrí  mi mundo cuando terminé mi escuela primaria con excelentes notas y abrazos de mis maestros! Pero  no estaba la que yo esperaba.
Dos veces más,  me propuse  sorprenderla con brillos personales.  Atravesé el ancho umbral de la escuela secundaria con  intención de  develar  las matemáticas y algoritmos que me permitieran no perder las dimensiones de la vida en todos sus aspectos.  Dominar la lengua  con  maestría  para nombrar y decirle al mundo  mi presencia. Pero no estaba la que yo esperaba.
 La tercera vez  me  introduje en  los conocimientos universales  de las ciencias.  Construiría  mundo de colores y afectos para ponérselo en sus manos.  Exploraría lo micro y lo macro y lo haría visible solo para ella.  Buscaría el sonido y la música que la acariciara tiernamente cuando la percibiera. La paleta de los colores que le pusieran a su alcance las artes y sus creadores.
De puro pensar en ella conocía sus gustos, sus preferencias y sus desdenes al dedillo. Sin embargo, sin deseos de absolutizar su atención, confieso que muy poco logré. Poco o nada sabía de mis  laboriosos  afanes por adorarla y llegar a su corazón.  Las veces que reparó en mí, fue para criticarme  la excesiva tozudez.  En qué me equivoqué sigo pensando  en oscuridad.

Eric Satie

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