De Martha Alicia Lombardelli
Llegué al pueblo
después de un viaje en tren de dos horas. Necesitaba consultar a la vidente del
lugar. Mis amigos, movidos por el afecto que sentían hacia mí, insistieron en que la única que podría
ayudarme era doña Amparo. La doña tenía ganada una larga fama aconsejando a las
jóvenes para conseguir novio, preparando gualichos especiales para no
perderlos; curando empachos, ladillas y extirpando lombrices solitarias en los
bebés.
Apenas había empezado a noviar con Martín –mi tercer
novio- y hasta ahora nadie me había visto con él. Lo mantuve casi en secreto. No
quería que sucediera lo mismo que con los anteriores. Por eso es que estaba
preocupada y decidí que la tercera es la vencida: iría otra vez a consultar a
Doña Amparo.
Estaba cansada de escuchar:
– ¿Y, no encontraste novio? ¿Es raro, lo que te pasa? ¡Mirá que haber tenido dos y los dos se te
murieron, eh!
Yo me quedaba callada, con la intención de no alimentar
la conversación sobre el tema. Pero ella seguía:
– ¡Che! a vos ¿no te llama la atención? Sí, ya sé, me contaste que el primero
falleció y no pudieron saber por qué. Pero, ¿qué pasó con el segundo, el que
era de Playa del sol? -insistía mi
amiga.
– ¡Qué sé yo! Un
día se fue diciendo hasta mañana y no volvió más. Con
decirte
que no lo he visto por ningún lado -dije con los ojos llenos de lágrimas.
–En fin, no hay mal que por bien no venga -agregó como
queriéndome consolar- me enteré que los dos anduvieron con las locas del
callejón al mismo tiempo que eran tus novios.
Después agregó:
–Tendrías que ver a Doña Amparo,
ella seguro que te da la solución. Vas a ver que la próxima vez encontrás a tu
príncipe azul.
Me despedí de mi amiga y pensé que no estaba mal su
consejo. Sería la tercera vez que iría a visitar a la doña. Hace cuatro años fui a pedirle un gualicho
para conseguir marido. Me lo dio y me dijo que cuando encontrara novio se lo
fuera dando de a poco en el mate. Eso
sí, no tenía que decirle nada a nadie y tenía que dárselo al hombre cada día
que viniera a visitarme. Regresé a mi casa con el frasquito en la cartera. A la
noche, ya sola en mi pieza lo desenvolví y lo miré como si pudiera encontrar el
secreto de su magia, mientras fruncía la nariz por el olor que emanaba. Era un
olor suave pero parecido al del zanjón que había al borde de mi vereda. Dos
veces hice lo que ella me dijo: con el primero, alcancé a darle sus gotitas
durante una semana. Luego, con el
segundo novio ni alcancé a darle el contenido de un frasquito.
Me sacudí el polvo que el viento había hecho entrar por
la ventanilla, me alisé el pelo y enfilé para lo de Doña Amparo. Tenía tantas
esperanzas en lo que ella pudiera hacer para conseguirme un novio. Estaba
decidida a contarle mis temores: yo comprendía que cuando Juan se enfermó, ella
no pudo hacer nada por él. También
quería que supiera que cuando el Héctor desapareció, hubiera querido llamarlo
por teléfono pero sabía que ya no estaba en el pueblo y ¿dónde llamarlo si no
sabía dónde estaba? Por último, contarle que estaba un paso de quedarme otra
vez sin novio y no quería que eso me pasara. Ella tenía que ayudarme, tenía que
darme un gualicho más fuerte. Para que nunca me olvidara y me quisiera más que
a nadie en el mundo.
Dos cuadras antes de llegar a su casa me llegaron los
rumores de su enfermedad. Llamé a su
puerta y me atendió una señora que no conocía.
– ¡Ah, usted busca a la doña! Pobrecita, se la llevaron para internarla.
Creo que alguien la denunció por andar haciendo favores a la gente. ¡Tan buena
que era ella, tan servicial! Siempre tenía algún frasquito para lo que se
necesitaba. Pero parece, que el diablo metió la cola y la denunciaron porque
dijeron que estaba un poco mal de la cabeza. Yo creo que estaba ciega y muy
vieja.
– ¿Cómo que la denunciaron? - pregunté.
–Algunos comedidos dijeron que dos o
tres veces la vieron -a las doce de la noche y en total oscuridad- de rodillas,
metiendo o sacando algo del zanjón de su casa.
De ahí es que pensaron que estaba un poco ida.
La mujer siguió contándome que la policía y los
enfermeros le revisaron toda la casa y se llevaron como quince o veinte
frasquitos, todos iguales, con el nombre de su contenido prolijamente escrito y
pegado para su identificación. Añadió que
oyó comentarios de que las personas que compraron esos frasquitos se enfermaron. Y bajando la
voz, me dijo que hasta hubo algún muerto. Ella no quería hacer bulla contando
eso, pero le parecía que la doña, ya estaba muy viejita y se podía equivocar.
Al oír eso, perdí mis esperanzas. Ya nadie me podría
ayudar. Me prometí a mí misma rezar una oración para la doña. Para que ahora Dios la
ayudara a ella. Pues no me quedaban dudas cuando la vecina dijo que la
policía arrasó con todos los frasquitos y oyó que uno de ellos decía:
-¡Acá vamos a encontrar la prueba de lo que esta mujer
hacía!
Me tresulta estupendo, amiga. No es la primera vez que lo leo, y, cada vez lo encuentro mejor.
ResponderEliminarBeso