Afuera se oían las sirenas de los
coches policiales. Mañana me enteraré a quién se llevan esta vez. En la cuadra
ya habían desaparecido tres jóvenes; dos varones y una mujer. Me tapé la cabeza con la almohada y sin darme
cuenta me fui quedando dormida. Las
voces llegaban a mis oídos en forma entrecortada; un susurro ondulante que por
momentos subía de tono dejándome entender fragmentos de la conversación, luego
se perdía. Traté de no moverme. Mientras creyeran que estaba dormida, ellos
hablarían con más libertad.
-Habrá que ponerla en el armario. Si no la saco no
podremos dormir- oí decir.
-Ponela en cualquier lugar y dejame de joder- dijo el
padre.
Desde mi
habitación me esforzaba por comprender lo incomprensible. Así me enteré que la
causa de esa discusión nocturna lo constituía el cuerpo sin vida de la hija.
Hasta que amaneciera había que ubicar ese cuerpo en algún lugar, después, ya
arreglarían las cosas; por ahora, era
necesario aprovechar las pocas horas de sueño que aún les quedaba.
La hija
se llamaba Constanza. Constanza, como el gran lago de Europa, entre Alemania,
Suiza y Austria. Constantia, constancia, como la absurda obcecación de vivir
que tiene el hombre. Condenado a vivir y a desear dejar constancia de su vida.
Algo de
Constanza se agitaba a mi lado, en la oscuridad. Creo que era su bebé. Cálido,
suave y tierno cachorro de la especie humana.
Todos estos personajes
carecían de rostro para mí. Todos ellos hablaban y se movían en una zona
difusa. Sólo existían porque yo los
pensaba. Sus dramas, que percibía tan cercanos a mí, sólo eran un molesto
accidente a la medianoche.
-¡Por favor,
acomodala de alguna forma!- suplicó el padre.
-¡No
puedo! ¡Se me cae!... No quiere quedarse
donde la dejo. Se va para un costado. La apoyo contra el fondo del armario y se
cae otra vez.- Rezongos de la madre.
-Terminala
con eso, -ordenó impaciente el padre.
Ninguno
de los dos nombró al bebé. ¿Quién lo cuidaría? ¿Quién le diría los nombres y
los pájaros? ¿Quién acariciaría sus mejillas por las noches y besaría sus
manitos al amanecer?, ¿quién le hablaría del azul a la sombra de los sauces o
del agua espejante corriendo entre los pies?
Del sutil encadenamiento de palabras infantiles apresando los
juguetes... descubriendo el mundo.
Y mi
asombro crecía cuando oía las expresiones de malhumor que generaba esa muerte,
inoportuna, a deshora. Sumamente
imprevista para esa gente buena que trabaja y que de noche sólo pide que la
dejen dormir tranquila. Al día siguiente hay que seguir trabajando y el cuerpo
no sabe de duelos ni ocultar el cansancio que queda después de una noche mal
dormida.
Debo
convencerme que todo esto no es más que un sueño. Que los desconocidos
fantasmas y su problema sólo son el producto de una buena pesadilla. Es mi
conciencia la que hallará la paz al amanecer cuando, -de esas sombras- sólo quede un confuso recuerdo. La ambigua y
obscura idea de que algo así como todo
eso ha sucedido en algún lugar del universo, en algún tiempo que tampoco lograré ubicar nunca.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario